Hace 455 años llegaron los asesinos de Rodríguez Suárez

9 de Octubre de 2013

Hace 455 años llegaron los asesinos de Rodríguez Suárez y cometieron una masacre en el nombre de sus reyes. Eso recordaremos el día de hoy y no dejaremos de recordarles a esos ancestros nuestros, porque lo son querámoslo o no, no dejaremos de recordarles y decirles: “asesinos”, “asesinos”, “¡Asesinos!”.

Ellos nunca entendieron, nunca terminaron de entender que el Nuevo Mundo era Otro Mundo. No entendieron que era una cosmogonía distinta. Peleaban, como peleaban con otros reinados europeos. Asesinaban con su tecnología del hierro y pólvora, asesinaban con sus perros y caballos subyugados. Asesinaban a diestra y siniestra… por honor…

¿Honor?… ¡Ignorantes!… Nuestros ancestros españoles eran demasiado ignorantes. No era sólo que estaban medio locos y con patologías de esas que hoy llamamos psicópatas… Es que eran fundamentalmente ignorantes. No entendían, nunca entendieron, que era Otro Mundo. Se creían que era una pelea más como las que tenían a cada rato Castilla, Aragón o Navarra. No entendieron que no eran otros europeos los que encontraron. No se dieron cuenta de que eran otros, otros de verdad verdad.

La tecnología europea era, como lo sigue siendo, una tecnología de avasallamiento. Una tecnología para subyugar, controlar y destruir aquello distinto que no fuere posible encuadrar dentro de su área de dominio. Así como la ciencia llama “superstición” a lo que no puede objetivar, la tecnología europea controla o destruye. Muchas veces incluso destruye lo que controla.

Las técnicas de nuestros ancestros indígenas eran de un cariz muy, muy distinto. No eran tecnologías para avasallar. Sus técnicas permitían producir y reproducir su mundo. Claro que hacían la guerra, por supuesto, pero no eran guerras para aniquilar. ¡Como serían, que peleaban con una cabuya para amarrar al contrincante!.

Los hermanos wayúu, por citar una de las etnias sobrevivientes mas conocidas en nuestros días, en su quehacer no busca avasallar la naturaleza en un “concepto” como lo hacemos los criollos desde la ciencia europea. No, no se trata de dominar la naturaleza imponiéndole, al menos idealmente, una ley como las de Sir Isaac Newton. No, no, las técnicas wayúu procuran permitir que pueda fluir y sostenerse el conflicto creativo en el que conviven y se nutren mutuamente Juya y Pulowi, sus dos deidades fundadoras.

En su cosmovisión, estas deidades no es que a voluntad dominan el mundo. Ellas se contraponen creativamente en la claridad y la oscuridad, el desierto y los bosques, la tierra y el agua, la caza y la casa, el invierno y el verano. Juya y Pulowi conviven en conflicto creador y equilibrio. Es cuando este equilibrio se rompe que entran en acción los “técnicos”.

Estos “técnicos” y debo hacer la salvedad que la palabra no es la mejor, solamente la uso para hacernos evidente la diferencia con nuestra concepción criolla avasallada por la cosmogonía europea. Estos “técnicos”, repito, entran a restablecer el equilibrio. Cuando alguien se enferma, no llega un médico, un doctor, a mandarle una medicina que busca cortar la reacción química del dolor mientras ataca simultáneamente a las bacterias enemigas a las que hay que aniquilar con antibióticos y demás venenos. No, el piachi entran en los confines de Pulowi, y busca el alma del wayúu enfermo. Cuando la consigue, la trae a la claridad de Juya y se restablece el equilibrio. Cuando el equilibrio no se puede restablecer, el wayúu muere.

Cuando hay una situación de crimen entra en juego otro tipo de “técnico”. Cuando ocurre un crimen, no llegan unos “abogados” a abogar por los intereses de las partes utilizando “leyes” escritas en códigos que prescriben procedimientos a seguir. Tampoco llega un juez a dictaminar sentencia enviando, en muchos casos, al culpable a la prisión para ser rehabilitado. Es decir, no es llevado a una especie de taller para ser reparado de tal modo que pueda ser rehabilitado como engranaje útil para la maquinaria societal. No, no, cuando hay una situación de crimen en la sociedad wayúu hay que tomar en cuenta que, en primer lugar, no es un problema entre individuos sino entre familias. Entra en escena un personaje al que normalmente se le llama el palabrero, o Pütichipü ü, quien tiene la misión de restablecer el equilibrio.

Para ello comúnmente se reúne el palabrero con el representante de la familia y que es llamados ta-alaüla. Normalmente el ta-alaüla es un tío materno. La familia que comete el crimen debe “pagar una maula” a la familia víctima con animales domésticos u otros pagos. Esta “maula” sirve un poco como “indemnización”.

Pero lo más importante en todo este proceso es la “palabra”. Es por eso que el personaje central es el “palabrero”. Se trata de restablecer el flujo de la “palabra” entre las familias. Es por eso que cuando algún individuo comete muchos crímenes, su familia puede terminar quitándole la palabra y con ello es como si éste hubiese muerto para la familia. Lo más importante, repito, es el fluir de la palabra.

Hace algunos años cometí un error del cual espero haber aprendido. Trabajaba en Misión Ciencia y tuve la grata oportunidad de conocer a Zoraida Bastidas, una hermana guazábara. Le comenté que estaba trabajando como Coordinador de Enlace de la Misión Ciencia y que quería ver si podíamos hacer algo en conjunto. Zoraida amablemente me permitió acercarme a su comunidad. Mi trabajo como Coordinador de Enlace era el de buscar enlazar el saber científico de las universidades y del Ministerio de Ciencia y Tecnología con las comunidades. Así que cuando llegué a reunirme con los Guazábaras les ofrecí la posibilidad de ayudarles en el proceso de reconocimiento como pueblo indígena.

Y así fue, nos montamos con un grupo grande de científicos en el proyecto. Hicimos “mapas mentales”, revisamos la legislación en el caso, les tomamos muestras de sangre. En los planes estaba la comparación del ADN de los pobladores actuales con el de los huesos de pobladores más antiguos, de modo tal de comprobar, sin lugar a dudas, científicamente, que ellos eran indígenas. Todo esto funcionaba en el marco de la “Red de Aliados para el desarrollo de las Comunidades Indígenas” que impulsábamos desde Fundacite Mérida.

La verdad es que yo les estoy sumamente agradecidos a los hermanos Guazábaras porque con todo y nuestras pretensiones academicistas, ellos fueron tan amables y nos abrieron sus puertas y siempre nos hablaron con mucha amabilidad. Alguna vez me llamó el Sr. Ernesto (el cacique guazábara) aparte y me dijo algunas cosas que yo no logré entender muy bien, pero hoy día creo que me llamó aparte para empezar a encaminarme en ese camino de descubrimiento de ellos.

En fin, el proyecto nunca logró cuajar, menos mal.

Sin embargo, los pueblos Xamú se reunieron un día en una cancha. Allí fueron todos los que se consideraban Guazábara, Mucumbú, Quinaroes, Quinanoques, en fin todos los que se consideraban del pueblo “Xamú”. En la cancha estaban los caciques y funcionarios de ese ministerio creado por el Comandante Supremo Chávez para los Pueblos Indígenas. Hicieron un censo. Toda persona que se consideraba “indígena” sólo tenía que decirlo y censarse. Los caciques estaban allí y validaban con la palabra la palabra del que se censaba. La palabra validaba la palabra.

Y así fue como nuestros hermanos del pueblo Xamú lograron tener sus cédulas de identidad indígena… Y nosotros pensando en pruebas de ADN que debían cotejarse con huesos de ancestros que debían ser exhumados… Por ahí, por ahí, debe ir nuestro camino en el descubrimiento de esas técnicas que puedan liberarnos en la construcción de la Patria Socialista y Bolivariana. La técnica chavista debe ser una técnica de la palabra.

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